domingo, 9 de diciembre de 2012

Monti anuncia que dimitirá en el plazo de un mes ante el regreso de Berlusconi.

El primer ministro anuncia que no puede seguir tras haber perdido el apoyo de la derecha.

Monti comunica al presidente que dejará el cargo tras aprobar la ley de presupuestos.




Mario Monti no está dispuesto a ser una marioneta a merced de los caprichos de Silvio Berlusconi. Justo después de que el anterior primer ministro anunciara su regreso al primer plano de la política y su decisión de retirar la confianza al Gobierno técnico, Mario Monti comunicó al presidente de la República, Giorgio Napolitano, su intención de dimitir como jefe del Ejecutivo una vez que se aprueben los presupuestos para el año próximo. La experiencia del Gobierno tecnócrata, que asumió el poder en noviembre de 2011, está por tanto llamada a desaparecer en el plazo de un mes.


Después de más de dos horas de reunión en el palacio del Quirinale, el presidente Napolitano anunció, mediante un comunicado, la decisión de Monti: “Para el presidente del Consejo de Ministros, las declaraciones realizadas en el Parlamento por el secretario del PDL [Pueblo de la Libertad, el partido de Berlusconi] Angelino Alfanoconstituyen, en esencia, un juicio de categórica desconfianza hacia el Gobierno y su línea de acción”. Alfano había dicho lo que le acababa de decir su jefe que dijera: que la experiencia del Gobierno técnico debía tocar a su fin porque la situación de Italia es peor que hace un año —más parados, más deudas, más presión fiscal, menos poder adquisitivo— y que por eso Berlusconi había decidido presentarse a las elecciones generales previstas para la primavera de 2013.

La nota del presidente de la República añadía que Monti averiguará si las distintas fuerzas políticas están dispuestas a aprobar en breve las leyes de estabilidad presupuestaria con el fin de evitar el agravamiento de la crisis. Una vez aprobado el presupuesto, Monti presentará su “dimisión irrevocable” ante el jefe del Estado.

El primero en reaccionar a la noticia fue el secretario general del Partido Democrático, Pier Luigi Bersani, recién elegido candidato del centro izquierda a las elecciones de 2013. “Frente a la irresponsabilidad de la derecha”, declaró, “que ha traicionado el compromiso contraído hace un año ante el país, iniciando de hecho su campaña electoral, Mario Monti ha respondido con un acto de dignidad que respetamos profundamente”. Tanto Bersani como Alfano se mostraron dispuestos a aprobar a la mayor brevedad posible la ley de presupuestos.


La radical decisión de Monti en la fría noche del sábado romano tenía un antecedente fundamental. Por la mañana, Silvio Berlusconi había anunciado, de nuevo, que será candidato a jefe de Gobierno en las elecciones generales de 2013. Unos meses antes había dicho que no lo sería, luego que sí —para luchar contra los jueces que lo acababan de condenar por evasión fiscal— y más tarde otra vez que quizás no. El miércoles volvió a filtrar que a lo mejor sí y el jueves mandó a su particular chico de los recados —el secretario general del Pueblo de la Libertad (PDL), Angelino Alfano, un caso de obediencia ciega digno de la ciencia política— a decir que su jefe sería finalmente el candidato y que el Gobierno de Mario Monti tenía los días contados. Ya por fin ayer sábado, Silvio Berlusconi se presentó en carne mortal en el campo del equipo de fútbol de su propiedad, AC Milan, y mientras animaba a sus futbolistas, declaró: “No regreso para obtener un buen resultado. Yo regreso para vencer”.

Pero lo más llamativo del nuevo episodio de un culebrón con dos décadas de antigüedad en las pantallas italianas fueron los motivos esgrimidos por el anterior jefe de Gobierno: “La opinión de todos era que se necesitaba un líder como un Berlusconi de 1994 [el año que entró en política], pero no lo había. Y no es que no lo hayamos buscado. Lo hemos buscado, pero no había”. O sea, que ni su “fantástico Alfano” —a quien había hecho albergar la esperanza de ser su delfín y sucesor— ni nadie en todo el espectro del centro derecha italiano se encuentra en condiciones de emular al Berlusconi de 1994 salvo el Berlusconi de 2012, con 76 años a la espalda y varios procesos judiciales pendientes. “A los jueces”, reconoce, “los miro con miedo porque estamos frente a una magistratura omnipotente e irresponsable”.

El regreso —ahora sí parece que definitivo— de Berlusconi al primer plano de la política italiana ha hecho saltar las alarmas. La prima de riesgo subió el viernes y el presidente de la República, Giorgio Napolitano, no tuvo más remedio que llamar a Angelino Alfano, el virtual secretario general del PDL, y arrancarle el compromiso de que sostendrá al Gobierno de Mario Monti al menos un mes más, el tiempo necesario para aprobar una serie de medidas indispensables. Entre ellas, la ley de estabilidad y un decreto para evitar el cierre de la acería Ilva de Taranto. Tras recibir el compromiso de Alfano, Napolitano recibió al actual jefe del Gobierno.

Daba la impresión de que iba a ser una reunión tranquila, pero la irrupción intempestiva de Berlusconi —con su lenguaje de siempre, con sus medias verdades y sus mentiras enteras— forzó la decisión de Mario Monti, un político que aparentemente no pierde la calma nunca y que unas horas antes había declarado en Cannes que la situación política italiana era manejable.

Pero Monti también fue muy claro al advertir del peligro de los populismos y del regreso a los errores del pasado: “El fenómeno del populismo existe en muchos países y también en Italia. Tiende a no ver la complejidad de los problemas o a escondérselos a los electores. Es absolutamente necesario que Italia no vuelva a caer en la situación en que se encontraba antes de la llegada de este Gobierno. Tenía el riesgo de convertirse en el detonante que hiciera saltar toda la zona euro”. Aquella Italia tan peligrosa para sí misma y para el resto. La Italia de Silvio Berlusconi.






Artículo de El País.

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